Se ha preguntado alguna vez, ¿de dónde provienen las verduras, hortalizas o frutas que a diario consume? ¿Qué clase de herbicidas, plaguicidas o fertilizantes han recibido esos alimentos antes de llegar a su mesa? ¿O se ha cuestionado qué efectos tienen sobre la salud o el medio ambiente la producción de estos alimentos?; lo más seguro es que no y a lo mejor, ni le interese saberlo.
Tales interrogantes fueron algunos de los que se debatieron y dilucidaron en el marco de la Feria Agrosimbiosis Mar Menor que se llevó a cabo días atrás en Los Alcázares, municipio de la región de Murcia (España), y que fue convocada por colectivos sociales y ambientales que impulsan la Iniciativa Legislativa Popular ILP para rescatar a este cuerpo de agua, afectado hace ya varios años por problemas ambientales.
Investigaciones y estudios científicos aseguran que una de las causas de la degradación del Mar Menor está relacionada con la actividad agrícola intensiva que se da en los municipios costeros, que ha provocado la contaminación de sus aguas por vertimiento de nitratos directa o indirectamente y que ocasionaron la eutrofización y muerte masiva de mucha de su fauna marina.
Y aunque también están sobre el tapete otros motivos y orígenes de la problemática ambiental, la feria que se llevó a cabo en Los Alcázares, quiso centrar su atención en aquellos agricultores que le han apostado a una actividad agrícola más comprometida con el medio ambiente, con la salud de la tierra, de las personas y por supuesto, con el Mar Menor.
Uno de los protagonistas fue Francisco Antonio Sánchez Peñalver, agricultor de toda la vida, hijo y nieto de agricultores, que decidió en 1987 cambiar la forma tradicional de cultivar a la agricultura ecológica.
“Fue por una cuestión moral, ética y de convicción sabía que esto era la agricultura del futuro; decidí fusionar el negocio de mi familia con una revolución hacia un cambio desde el punto de vista de la alimentación hasta del medio ambiente”, sostuvo el propietario de la finca ecológica Antigua vida nueva.
Para Francisco Sánchez, la mayor colaboración que los agricultores o las empresas agrícolas puedan hacer al Mar Menor, cualquiera sea su tamaño, es la no producción de nitratos.
“Nuestro sistema de abonos no consiste en nitrificar, sino en la creación de un suelo vivo con micorrizas, trichodermas, compost, con la ayuda de otros bichos vivos que enriquecen lo que ya tenemos. Con menos insumos somos capaces de tener unas tierras productivas, suelo vivo, y así tener un cultivo sano y rico y fuerte ante enfermedades o plagas. Nuestras técnicas demuestran que no se necesitan tantas unidades de nitrógeno”, asegura.
A esto se suma la rotación de cultivos, asociación de plantas, rotaciones anuales y plurianuales, combinación de hortalizas, con árboles, una zona de invernadero para sacar productos de temporada en invierno
En cuanto a los abonos que utilizan son materia orgánica que no son de síntesis sino de extracción natural de otras plantas o de un mineral. “Tenemos la ayuda de insectos útiles que nos controlan las plagas mediante un equilibrio; como bioagricultores, no podemos utilizar herbicidas de ningún tipo, lo único que nos dejan usar son abonos de origen vegetal y extractos de minerales”, afirma.
Por eso, para el control de enfermedades recurren al silicio o a la cola de caballo, y contra las plagas el pelitre o insectos que ayudan a que el insecto perjudicial para el cultivo no llegue a ser una plaga y se regulan las poblaciones.
Vínculo entre productor y comprador, marca la diferencia
Pero, si hay algo más importante que los métodos de cultivos de quienes le apuestan a cuidar el medio ambiente y que marca la diferencia entre la llamada bioagricultura y la agricultura intensiva o macronegocio, es la relación que pretenden y logran entablar los agricultores con sus clientes compradores.
La bioagricultura le apuesta entonces a una tierra más sana, y también a que sus consumidores conozcan cómo fueron cultivados esos productos que ponen en sus mesas.
Rafael García Sarria es un ingeniero agrícola, quien hace parte de una Asociación de Vecinos Campesinos, que se dedica a la certificación participativa de agricultura agroecológica denominada Sistema Participativo de Garantías (SPG).
“Somos un grupo de agricultores de la región de Cartagena con puntos de venta y consumo en tiendas ecológicas que nos certificamos entre nosotros con unas normas que entre consumidores y agricultores hemos establecido y con nosotros hay una comunicación directa entre agricultores y consumidores y saben qué están consumiendo”, indica Rafael.
El profesional de la agricultura cuenta que hace varios años percibieron que estaba tomando impulso la agricultura ecológica, pero industrializada, y que se le daba el mismo sello ecológico a un agricultor monocultivo que a un agricultor pequeño diversificado con charcas, con cetos con biodiversidad. “Lo que queríamos era tener una herramienta para atraer a la gente y sacarlas de ese punto”.
Se propusieron entonces quitar la barrera entre agricultor y consumidor. “La catástrofe del Mar Menor nos llama a la reflexión y puede ser una oportunidad para empezar a ser responsables con nuestro consumo”.
Y añade: “Esto ya nos pasó en la crisis económica y no aprendimos; seguimos queriendo tener un sitio de fácil acceso para comprar que nos quite de problemas y resulta que la gente tiene que ver qué apoya y qué no apoya cuando gasta su dinero”.
Quienes han decidido optar por la agricultura ecológica, saben que el camino no es fácil ni el más rentable, pero su compromiso con el bienestar de la tierra y de la salud humana, es mayor que sus deseos de riqueza.
“Esta clase de desarrollo agrícola tiene un componente más alto de gastos en general, pero no podemos seguir usando los caminos cortos, y es paradójico porque a pesar de que somos menos y más pequeños, damos más trabajo. Se emplea más gente en la bioagricultura, que las grandes empresas”.
Ahora bien, tienen claro que pueden llegar mucho más rentables de lo que son, si hubiera un consumidor igual de comprometido.
“En Alemania hay pequeñas granjas que son viables pero porque tienen consumidores que pudiendo ir a comprar a grandes supermercados, prefieren acudir al agricultor cercano que sigue cuidando de su paisaje, que regenera la tierra y eso tiene su valor, su precio”, advierte Rafael.
En esa misma línea se pronuncia Francisco Sánchez: “La comercialización en la agricultura ecológica puede ser complicada, hay un aumento, pero es lento el crecimiento. Llevamos unos 18 años de producción local, donde desde la semilla hasta la entrega del producto final nos toca a nosotros, no tenemos intermediarios; con precios justos hacemos repartos de pedidos semanales, los repartimos directamente y mantenemos una cadena de frío”.
Su mensaje al participar en la Feria Agrosimbiosis es claro: “necesitamos la unión entre pequeños y medianos agricultores, para crear un nuevo modelo que no viene a ser ni más ni menos el que siempre ha existido, el antiguo, que provea un mercado de proximidad y que lo potencie. Tenemos mucha variedad pero necesitamos más gente para aumentar esa oferta y que el consumidor final tenga más opciones locales; necesitamos esos nexos a través de una cooperativa o asociación y unirnos y ese es uno de los principales problemas y por parte del consumidor también la unión”.
Puso de ejemplo a Francia donde existen asociaciones de productores y consumidores, “están juntos, ellos se comprometen y consiguen una estabilidad a la hora de la venta y hay un mercado asegurado. Y una seguridad para el que consume tenga una garantía de que el producto va a ser servido en un ámbito de confianza. En los mercados actuales hay mucha desinformación, en resumen, la gran mayoría de quienes acuden a los grandes supermercados a comprar no saben lo que están comiendo”.