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Crónica parte 2: Las manos, los ecógrafos de las parteras

markantony by markantony
May 14, 2016
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las manos de las parteras

Esta es la segunda entrega del especial sobre partería, con los parteros y parteras del valle del río Cimitarra, en Santander.

(Lea aquí la primera parte de este reportaje)

Puerto Matilde es un pequeño caserío situado en el municipio de Yondó, Antioquia, al que se llega desde Barrancabermeja en un recorrido que por tierra, cuando la carretera se encuentra en aceptables condiciones, puede durar algo más de dos horas o que bien puede hacerse desde el puerto petrolero en una travesía de casi seis, a bordo de un Jhonson o Chalupa que toca las aguas del río Magdalena, para después perderse entre las corrientes del Cimitarra y el Ité.

En aquella población en la que hoy se encuentran asentadas más de cuarenta y siete familias, muchas de ellas desplazadas por el conflicto armado colombiano, se desarrollan las principales actividades de la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC), una colectividad integrada por labriegos que desde el año 2.000 responden por una Zona de Reserva Campesina que comprende parte de Yondó y Cantagallo (Antioquia), San Pablo, (Sur de Bolívar) y el corregimiento de la Ciénaga del Opón, adscrito a Barrancabermeja.

Allí, donde la naturaleza se observa libre y exótica y los días transcurren lánguidos como si cada instante debiera suspirarse a sorbos lentos y acompasados, el vínculo con la tierra se ata a través de las tradiciones y la memoria de los viejos;  y la cultura subsiste en ese vientre donde la muerte y la vida se pactan a diario en un acuerdo de lágrimas, sangre y dolor.

Un parto es en Puerto Matilde, como quizá en tantas otras zonas apartadas del territorio nacional, una conexión íntima con la naturaleza: no hay ecógrafos, solo bastan las manos para sentir a la criatura que se gesta en el fértil útero de una joven madre; tampoco medicinas con nombres foráneos: abundan las hierbas y los frutos de la tierra; y mucho menos, sueros para acelerar la dilatación, porque en la casa de cualquier partero, siempre habrá infundia de gallina de campo o agua de pronto alivio y canela.

Los niños nacen arrullados por el canto de garzas, toches, azulejos y turpiales; acariciados por el calor de la lumbre en un hogar sencillo que huele a maíz tierno y a chocolate recién tostado; y no en una inerte sala de hospital, plagada de historias tristes y rostros inexpugnables de médicos y enfermeras, a quienes la rutina, les ha robado todo asombro ante el milagro de la vida.

Y es que partiar para quienes ejercen dicho oficio, no es solo cuestión de método y formatos que se llenan con rigor excesivo; es por tanto, un compromiso que inicia casi que desde el  momento de la concepción y que no acaba con la salida del recién nacido por el canal del parto. Para Euclides González Ospina partero de Puerto Matilde, se debe tener una investigación previa que permita conocer el estado de la madre y cómo prepararla durante siete meses o más para parir sin contratiempos.

Don Euclides (12)

“El tiempo de empezar a sobar a una mujer, cada 15 o 20 días, es de los cuatro meses pa’ delante, de los siete meses en adelante ya usted se está dando cuenta de cómo está la criatura, si la cabeza está de para allá o de para acá. Ya usted tiene que conocer todo eso y sobarla, todo lo que es la barriga en redondo e ir tocando. Es coger y sobar, despacio e irse dando cuenta dónde está la cabecita, dónde están las nalguitas… La parte de la cabeza es más dura que la parte de la nalga. El niño al paso de los nueve meses va dando la vuelta hasta que queda derecho, pero hay veces que se queda o se pasa, entonces lo tiene que aprender a conocer tocando y si está pasado tiene que correrlo”, dice el viejo a quien muchos en la aldea, llaman el culebrero, quizá por esa forma colorida en la que sus palabras se hacen un trabalenguas colmado de historias y experiencias vividas.

Variopinto y un tanto lenguaraz, Euclides dice que desde que empezó su oficio de partero, no ha tenido inconvenientes con sus pacientes. Confía en el seguimiento y control prenatal que hace a las futuras madres cada quince días, y cree que al conocer el cuerpo de la mujer que atiende, sabrá si puede dilatar lo suficiente porque “si ella es muy cerrada, usted con tiempo comienza a hacerle sobas en la parte vaginal con infundia de gallina tibia. Entonces se pone blandita pa’ cuando toque abrir, abra.  Por eso digo que hoy en día que usan todas vainas de cortar y rajarle la barriga a las mujeres, eso no hay necesidad. Lo que toca es seguir. Porque la infundia me dijo mi finadita tía, es lo último para una mujer abrir para tener un bebé. Entonces yo mantengo infundia ahí. Yo le hago una soba o dos o tres y le digo: usted está muy cerrada, o usted puede tener al bebé. Yo tengo como mucho conocimiento en esa vaina”.

Con la fe siempre puesta en Dios y en la virgen del Carmen, Teresa Cimanc, fue no solo la partera de sus hijas, sino también de quien en los campos y veredas distantes, solicitara sus servicios. La cuenta de niños que recibieron las manos que hoy se han retorcido por cuenta de la artritis, parece perderse en la memoria de tantos días vividos e historias que tal vez no terminen de ser contadas. Sus dedos se mueven lentos sobre el vientre de una de sus nietas, para explicar la técnica precisa con la que de a poco, casi que con ternura, acomodó a muchos fetos que se encontraban mal encajados antes de las 40 semanas de gestación.

rumbo a Puerto Matilde (8) (1)

“Yo las sobaba, las cogía. Les frotaba el aceite primero para no sobar en seco. (Acostadas boca arriba. Empezaba a hacer sobas con las manos a ambos lados de la cintura de forma horizontal hasta llegar al abdomen alto y hacia la parte baja del vientre donde se sentía la cabeza del feto) (ver video Teresa Cimanc) Si la criatura estaba torcida, porque hay unos que se crían de lado entonces uno bregaba irlo cuadrando, cuadrando y la sobaba hasta que ellos buscaban y se acomodaban en la barriga”, dice, para luego explicar que basta con sentir las formas que se dibujan ocultas en el abultado abdomen de una futura madre para saber si el niño se encuentra de nalgas o como aclara: “con la cola pa’ bajo y la boquita pa’ arriba”.

Mientras organiza y cuelga algunos trastes y pone a hacer agua de panela para preparar café, Rosa Irene Galeano, quien dice haber asistido más de 15 o 20 alumbramientos, sostiene que las sobas como parte del control prenatal son necesarias para acomodar al feto y evitar un parto con cesárea, porque “hay veces que los bebés se encajan al lado de las costillas o más abajo, o se acomodan en un lado y uno los saca de ese lado y se vuelven a acomodar, porque  si la mamá acostumbra a dormir a un solo lado, la criatura se acomoda ahí, (…) y hay veces que se ponen bravos con uno y le dan patadas. Uno los mueve y en seguida se acomodan a la carrera y comienzan a patalear. Se ponen bravos porque uno los saca de la cama, hacen nido ahí”, relata, al tiempo que ojea el fogón en el que ahora hierve el café de cuncho.

Doña Rosa Irene (35)

Muertes maternas evitables

El año anterior (2015), en vísperas del día de la madre, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), destacó que “cerca de 500 mujeres  mueren cada año en el país por causas relacionadas con su embarazo y parto. Más del 98% de estas muertes pudieron evitarse. En el 2013, murieron 460 mujeres gestantes” y destacó que a pesar de que Colombia intentó cumplir el Objetivo de Desarrollo del Milenio número cinco al fijar una meta de reducción de las muertes en maternas en un 75%, aún se está lejos de alcanzar dicho propósito, máxime porque las mujeres campesinas, afro e indígenas son las principales víctimas de las fronteras que dentro del mismo territorio demarcan clases sociales, pero sobre todo marginan a las poblaciones de la periferia, pues “mientras que en Bogotá y Risaralda mueren cerca de 27 mujeres por cada 100.000 nacidos vivos, en Vichada mueren 412 y en La Guajira 255 mujeres por cada 100.000 mil nacidos”, dice la UNFPA- Colombia.

 La UNFPA recalca también que la partería “es esencial para la supervivencia de las mujeres”, por cuanto las condiciones históricas, culturales y de violencia política y social, sumadas a la carencia de servicios básicos y de salud, golpean significativamente a niños y a madres. Además, es en las zonas donde hay grupos armados, donde  las muertes maternas son casi ocho veces más que en otros lugares de la geografía nacional.

Dicho organismo explica que una alternativa para reducir las muertes maternas es capacitar a las dulas o comadronas que se encargan de atender los partos en zonas dispersas. De hecho en países de Latinoamérica como Perú, Guatemala, Chile, México y Bolivia, se empiezan a considerar dentro de los sistemas de salud, mientras que en Colombia, a pesar de que existen asociaciones como Las Parteras del Pacífico que han sido reconocidas por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), aún no se definen políticas claras para que ellas trabajen de la mano de los profesionales médicos en aras de garantizar partos seguros.

Por su parte, con la celebración del día mundial de la partera creado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, el pasado cinco de mayo, la Organización de las Naciones Unidas, destacó el papel que cumplen no solo antes, durante y después de un parto, sino  que en muchas naciones, son también las encargadas de orientar a las mujeres y a las niñas sobre temas relativos a la salud sexual y reproductiva.

Infografúa parteras-01

40 semanas, nueve meses y  largas horas para entregar al mundo una nueva vida: parir

La vida del campesino no semeja  siempre a una acuarela con casitas de ensueño y cultivos que se eternizan en un horizonte de arreboles. Las mujeres no esperan bajo el umbral de la puerta a sus esposos tras una larga jornada en el campo; sus días son tan largos como los de ellos y un embarazo no traduce para la mayoría un suceso planeado con anticipación, al que familiares y allegados responden con fiestas de baby showers, sesiones de fotos o videos que paso a paso registran el crecimiento de la barriga, sino una etapa de cambios naturales y corrientes que se suman a sus actividades cotidianas: lavar en el río, arriar las bestias, ordeñar…preparar la comida.

Pero el parir casi que es un acto solemne y el escenario se torna de ritos matizados con costumbres y sabores heredados junto a la religiosidad popular: oraciones y rezos a los santos para que acompañen aquellas horas imperecederas donde la vida se hará milagro a fuerza de pujos, cansancio y sudor. En muchos casos, como cuenta Rosa Irene, “empiezan tres de la tarde o cinco y terminan por ahí a las 5:00 a.m. o 6 de la mañana. Y hay veces que le dicen a uno: ¡ay ya no soy capaz!, y uno le dice: si usted si es capaz. Así como lo hizo alegre, usted también es capaz, alegre, de tener su propio hijo”.

Libia Rosa Roso, quien es la partera de sus hijas y de algunas de sus vecinas en la vereda la Posa, sostiene que antes del parto prepara a las próximas madres con alimentos calóricos que les ayuden a soportar aquella agónica travesía de la maternidad, que inicia justamente cuando concluye el alumbramiento.

“Yo las preparo; primero les hago un caldo, les mato una gallina; el caldo se los hago tomar caliente. Les doy su caldo, su agua de panela calientica o su chocolate bien organizado con galletica (…) porque de todas maneras les hace falta comer pa’ que cojan fuerza. Bato coca cola con leche y les doy (…) o les bato la caspiroleta; lleva huevos, nuez moscada… todo lo que usted quiera echarle y eso es un alimento especial.

Al paso de las horas, los espasmos que contraen en un brioso y acelerado ritmo el abdomen de la madre, se hacen más continuos; es momento de pujar: algunas lo hacen acostadas, con las piernas abiertas, otras prefieren, como dice Teresa Cimanc, de rodillas, sostenidas por una cuerda que se guinda a una viga del cuarto; “entonces uno estaba listo para no dejar enterrar la cabeza, sino que uno llegaba y metía el trapo cuando iban saliendo”. Pero antes de empezar, es importante “ligar” a las mujeres: es decir: amarrarles una correa o cinta donde inicia el vientre, “porque ellos se suben (los nonatos). Y a lo que ya se desocupó (el vientre) entonces se suelta la correa”, narra Teresa.

Cuando el cuerpo ha abierto lo suficiente –según términos de quienes atienden nacimientos por oficio y vocación–, también empieza el trabajo del partero, quien previo a ello, se ha lavado y desinfectado las manos, como también los utensilios que va a utilizar: tijeras y en casos extremos, una cuchilla “para unir” la vagina con el ano,  a fin de dar más espacio al bebé que ha asomado la cabeza.

 A estos elementos se añaden otros que cada partero usa según su conveniencia y de acuerdo a lo que ocurra en el momento, bien sea para minimizar el dolor, o para que los gritos no ahoguen las fuerzas con las que se debe pujar, “se mete el trapo a la boca y hace fuerza y cuando ya el chino nace, no le quedan esos dolores, esos entuertos tan berracos que a mí me han dicho que quedan como si estuvieran pariendo tres o cuatro días”, relata Euclides.

Doña Rosa Irene (33)

Por su parte, Rosa Irene explica que cada mujer, de acuerdo a su contextura física, debe ser atendida de una manera distinta. Recuerda haber asistido a mujeres gruesas y explica que “uno tiene que hacer bastante fuerza con ellas, para poderlas sacudir, porque uno le mete una cobija o una toalla en la cadera y uno primero la soba y después la coge y le pega tres sacudones duro para que despegue”.

Caso contrario ocurre con las madres que como bien dice Euclides son “delgaditas, bien barrigonas, bien amarillas porque la comida ha sido mala; tiene anemia, tiene paludismo. Entonces usted tiene que pensar, porque cuando le llegan esos dolores, se desmayan y lo dejan a uno solo”.

En medio de ese encuentro que se gesta entre el dolor, la angustia y la esperanza, partera y mamá se hacen una. La futura madre atiende a quien  bajo sus pies le indica cuándo debe pujar y cómo hacerlo. El pujo aparece, no hay que llamarlo, las venas del cuello se dilatan al tiempo que el rostro cambia de color y las mandíbulas se ciñen en una mueca de sufrimiento al compás de cada frase que le indica que debe seguir, que aún falta… que ya el niño va a coronar.

“A mí no me gusta decirles malas palabras. Yo les hago es cómicas, para que se rían. ¡Caramba!, ustedes cuando lo están fabricando no lo buscan a uno, pero cuando lo van a poner si corren a uno y ¡ay julanita! esto y esto y se largan a reír. Entonces uno tiene que ser cómico con ella para no ponerlas tristes y darles mucho valor porque cuando uno está pariendo un hijo, está entre la vida y la muerte, porque si el médico o la partera se descuidan y se muere”, dice Rosa Irene al referir que en muchos centros asistenciales las mujeres que van a dar a luz reciben malas palabras por parte del personal que las atiende.

Sin embargo, añade que algunas veces se debe ser dura y hasta le ha dado una que otra cachetada a las mujeres que en el proceso pierden la conciencia y “toca castigarlas cuando se privan, sea de debilidad, sea de miedo, sea de nervios, pero se privan y si uno se acongoja, hasta quizás se le mueren”.

Con ello concuerda Libia Rosa, quien recuerda que un día, mientras partiaba a una de sus hijas tuvo que hacerla reaccionar de forma abrupta:

…“Y yo le pegué un grito a Rosita:

– ¡Bueno! ¿Cuál es la pendejada suya, pues? ¿Se va a morir y me va a dejar morir la niña? Gran pendeja. Y le pegué una palmada en las nalgas.

Reaccione que usted es una berraca, usted no es una mujer floja y si iba salir con flojera, ¿Por qué se quedó aquí? ¿pa’ hacerme pasar estos sustos? Me hace el favor y reacciona. Entonces ya abrió los ojos y (…) como ella es creyente, quién sabe ella qué oración hizo. Cuando ella terminó la oración y dijo: amén, ahí mismo se le vino el pujo y claro yo estaba lista. Pero yo le di ánimos. Esa es la reacción: que cuando una partera vea que a una paciente se le fueron las fuerzas, regáñela y si es posible: péguele y verá que ahí mismo reacciona. Ellas se desmadejan ya para morirse”.

Algunas veces, los niños vienen de pie o muestran primero una extremidad. Ello demanda al partero más trabajo porque debe intentar por sobre todo, que la cabeza corone. Luis Carlos Rodas cuenta que “de pie me vino una niña. Además con una hija. Complicado porque me asomó un piecito primero y ahí sí me asuste yo: ¡pero esta vaina, un pie primero! Entonces yo siempre he tenido que cuando asoman un brazo o un pie hay que bregar a meterlo otra vez porque si no se crece y da lidia para sacarlo. Entonces me tocó volver a meter el pie y voltearla y ahí sí salió. Eso se demora, es horrible y nacen parados. Y se dice que las niñas que nacen de pie son muy varoniles, muy fuerzudas… y bravas. Es como el niño que nace con dos coronas, es malgeniado”. (Ver video)

El viaje ha concluido: Nacer

“A este niño que viene ya lo estoy esperando.

Trae el sol en sus ojos

y el abrazo del mar en su voz.

Cuando venga mi niño que me encuentre cantando,

mientras a Dios le pido que se lleve mi llanto”. (Canción de cuna, Marta Gómez)

Un llanto nasal con algunos intervalos de decibeles agudos irrumpe en el lugar que solo un rato antes compartían la parturienta y su asistente; el prolongado acto de parir ha concluido y en la escena de dos, un nuevo protagonista se roba la atención. Está desnudo y su cuerpo es tan frágil que cualquier viento podría dañarlo. La nueva madre, exhala un suspiro cansado y en ese instante en que el tiempo se detiene para contemplar el más perfecto de los milagros, ella pierde la memoria de todo dolor y sufrimiento previo: “porque usted con su niño, en la orilla o en el rincón,  usted no se acuerda que le dio sueño, se le olvidan los dolores; usted se siente feliz y dichosa con ese bebé. Usted ya no vuelve al pasado. Eso es una cosa maravillosa y más cuando amamanta a su niño”, dice Libia Rosa Roso.

Pero otras veces por circunstancias diversas, los niños no lloran al nacer “y uno tiene que ser sin asco. (…) Toca darles respiración boca a boca; yo le busco de una vez el rabito; soplárselo duro o pegarle en la nalga y eso todo liso, todo baboso, acabado de nacer y pa’ uno pegárselo en la boca pues poquitas hacen eso. Uno tiene que ser sin tripas”, narra Rosa Irene, quien en unas cuantas ocasiones además de sacar las flemas del bebé y limpiarles el manto o capa blanca que los recubre cuando las madres comen mucha grasa durante la gestación, debió recurrir a esa tradicional manera de provocar las primeras lágrimas del recién nacido.

Puerto Matilde (11)

Cada alumbramiento es incomparable: las niñas nacen diferente de los niños “porque ellas siempre nacen boca arriba. Y yo asistí a una señora que yo creí que era una niño porque me nació boca abajo. Pero ya cuando le mandé la mano por debajo para recibirlo, dije va a ser una niña y va a ser muy varonil porque viene boca abajo”, explica Rosa Irene.

El siguiente paso es la expulsión de la placenta que semeja otro parto porque esta se demora en salir. A veces no basta soplar una botella con fuerza para obligar su salida y por ello Libia Rosa, dice que su secreto es machacar carbón con huevo y dar esa pócima a la recién parida; “eso le cuento mijita por Dios que eso en menos de tres minutos ha botado la placenta”.

De acuerdo con los parteros de Puerto Matilde, hay un vínculo invisible que une la placenta con el cuerpo de la madre, aun después de haberla parido y por ello no debe desecharse en la basura; por el contrario, en los campos al ya ritual de alumbramiento, se suma el de enterrarla. Se cava un hueco que luego se cubre con brasas calientes, allí se le deposita, se arropa con más carbones encendidos, y finalmente se cierra con tierra. Ello, evita que a las madres les den entuertos o dolores, que “que son casi peores que los dolores de parto. Son unos dolores tremendos”, cuenta Rosa Irene.

Pero la placenta también habla y sabe contarle a Rosa Irene los secretos que se esconden en el vientre fecundo de cada madre, y así como las líneas de la mano auguran el porvenir, el cordón umbilical señalará cuántos hijos más acunará el útero recién vaciado. “Cuando nace la placenta, uno mira la tripa. La tripa dice cuántos hijos va a tener la madre después. Por ejemplo, la tripa está pegada de la placenta que es una plasta grande. Y en la tripa viene una bola: si hay una junta a otra, son gemelos. Si viene una  un poco más separada, son mellizos. (…)  Cuando son separadas y son cinco, seis, siete bolas, esos hijos van a tener y si la tripa no tiene sino dos bolas, dos niños van a tener y si no tiene más (…) no va a tener más”.

Además de sugerirles la toma nueve pócimas de aguardiente y canela y otros cuidados durante la dieta, Euclides y Rosa Irene coinciden en que es necesario que la mujer se faje. Previo a ello Rosa Irene, les “escurre bien la barriga para sacarle la sangre detenida. Después de que la limpia bien limpiada, uno la voltea con cuidado para cerrarla de caderas”. Euclides sugiere que la mujer permanezca fajada entre 20 y 25 días. No obstante como él mismo menciona, las prácticas ancestrales no tienen eco en la voz de los jóvenes y “hoy en día es muy duro atender un parto, porque uno llega y las amarra y la demora es que uno salga y se sueltan el trapo y se ponen cualquier venda y se quedan así, entonces el cuerpo no le cierra normal, porque la mujer queda abierta cuarenta días. Al completar los 40 días, el cuerpo vuelve y cierra a su puesto. Entonces hay unas que quedan muy culiparadas, muy barrigonas”.

Luego de limpiar al niño  y vestirlo con las primeras ropas, Rosa Irene acostumbra, si es de noche, sacarlo al sereno “para que no le hagan daño los serenos, porque hay personas que entran serenadas y alzan la criatura y de una vez les hace daño”. Añade también que así como la madre no debe salir el último día de su cuarentena, mucho menos ella y su hijo han de hacerlo cuando se cumplen los siete primeros días después del nacimiento. “Tampoco uno lo puede sacar afuera porque le da el mal de varillas, que es una enfermedad de la que pocos niños se salvan. No debe salir ni la mamá, ni la criatura”.

Parir y nacer: ritual de conexión con la tierra

La partería en el Valle del Río Cimitarra, como en tantas regiones de la geografía nacional,  debería traducirse en un diálogo que las generaciones presentes entablan con los viejos para recuperar el pasado: hierbas, sobas y pócimas… las costumbres y rituales, los rezos en torno al nacimiento son, además de un patrimonio con una riqueza inmaterial absoluta, la forma en la que se preserva la supervivencia de estos pueblos. Se trata de una relación de mutualismo que los lugareños estrechan con la naturaleza; un canto lapidario donde se ofrenda no solo a aquellos que yacen en un sueño perenne, sino también el alma de los vivos que arrullan el alba con versos alegres y susurran a la noche la magia de mitos y leyendas.

Parir entonces, más que una palabra castiza y llana,  es un vocablo añejo que traduce la fuerza de la tierra quien preñada por la lluvia, desgarra su cuerpo de hembra fértil para permitir que de ella brote la vida. Parir designa una conexión preciosa e íntima entre el campesino y la cultura que le dejaron sus ancestros y que se hace posible y eterna en ese lazo invisible que lo ata al territorio, no como un espacio físico, sino como el escenario  donde las tradiciones despiertan y trasgreden la memoria y el olvido para hacerse útiles en la cotidianidad del labriego.

Nacer es pues un estado que casi siempre da inicio en un acto de placer, pero que finalmente concluye en una ceremonia de sentimientos  mutantes entre el dolor, el llanto y la felicidad infinita…parir y nacer: el encuentro de dos seres: uno que entrega una nueva vida y otro que despierta en llanto, su deseo de aventurarse al mundo.

Epílogo

Anecdotario

En ese viaje al corazón de la vida, la experiencia se ha alimentado de recuerdos. Algunos demasiado rancios de tanto estar guardados en la memoria, pero siempre atemporales: capaces de sorprender y quebrantar la realidad al tacto de cada frase pronunciada.

Estas son de su propia voz, algunas anécdotas que Libia Rosa Roso, Rosa Irene Galeano y Euclides González Ospina, parteros del Valle del Río Cimitarra han recogido durante aquellas sempiternas jornadas donde al calor de la lumbre hicieron posible que una y tantas veces se repitiera el milagro de nacer.

Rosa Irene Galeano
http://co.ivoox.com/es/reportaje-sobre-parteria-valle-del-rio-audios-mp3_rf_11466539_1.html

Euclides González Ospina
http://co.ivoox.com/es/reportaje-sobre-parteros-valle-del-rio-audios-mp3_rf_11466624_1.html

Libia Rosa Roso
http://co.ivoox.com/es/reportaje-sobre-parteras-del-valle-del-rio-audios-mp3_rf_11466775_1.html

 

 

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