El presidente Juan Manuel Santos, el gobernador de Cundinamarca Álvaro Cruz y el Alcalde Mayor de Bogotá Gustavo Petro, se encontraron el 11 de febrero de 2015 en una ceremonia insólita: la apertura del Hospital San Juan de Dios.
La “apertura” resulta un tanto simbólica, porque antes habrá trabajos de reforzamiento estructural del edificio central y de restauración, adecuación, dotación y puesta en funcionamiento de los 24 edificios del complejo hospitalario, lo cual cederá en un período mínimo de una década. Aunque por algo debe empezarse. De hecho se anuncia para este mismo año algún servicio de la otrora famosísima “Urgencias”.
Al otro día, en la W Radio, durante el espacio: “¿Y qué se estará preguntando a esta hora María Isabel?” la conocida periodista ex-senadora conservadora, se despachó contra Petro, lo cual no es raro, todo lo contrario, pero también contra el presidente por “hacerle el juego a tamaño despropósito”, “impagable”, “puede constituirse en un barril sin fondo”, “su costo es mucho mayor que construir un hospital completamente nuevo”, de 4° nivel, universitario y con excelencia científica y tecnológica, como anunció el alcalde “para los más pobres”.
La verdad, se trata de un gesto de justicia elemental con el San Juan, de lejos el más importante centro médico y científico del país, el de las puertas abiertas a las personas más necesitadas, en el corazón de Colombia y de Bogotá. Un Hospital de todos, que –de pronto- devino en privado a través de una maniobra leguleya de la Iglesia Católica- para castigar que no se dispuso a la Ley 100 de 1993.
Como dijera el cardenal Rubiano en 1999 “todo está en discusión –hasta Dios- menos la propiedad de la tierra” al referirse a la crisis del Hospital, herido de muerte en 1998 al constituirse la “Fundación San Juan de Dios” como ente privado, que el Consejo de Estado objetó años después, pero que en la práctica significó que el hospital se marchitara en vida, al no poder recurrir a los presupuestos públicos de salud y educación –por ser Hospital Universatario- sin incurrir en peculado.
Sería “llover sobre mojado” ahondar sobre la grave situación de los hospitales públicos en general y del hospital San Juan de Dios en particular; debe saberse que en él se dio origen a la primera Escuela de Medicina y la misma Universidad Nacional de Colombia, pues allí nació la Facultad de Medicina que es anterior a la Universidad.
Se cruzan en el HSJD muchos problemas y factores nacionales. Solo unos comentarios a modo de provocación al intercambio de opiniones, propuestas y a la acción transformadora.
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El laboral: o de l@s trabajador@s y pensionad@s por sus justos reclamos de mesadas, salarios e indemnización cesante, el cierre abrupto en 1998, hace ya 16 años, sin que a la fecha se hayan solucionado, lo cual no deja de ser el colmo de la arbitrariedad.
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El asunto histórico: -que dependiendo de quién narre- igual se confunde con la historia misma del país. Desde la colonia cuando por el año 1564 Fray Juan de los Barrios y Toledo, usa un terreno ubicado a las espaldas de la catedral primada, por la carrera 6ª entre calles 9 y 10- para brindar servicios hospitalarios a los conquistadores (450 años atrás). O desde 1723 y años después, bajo el influjo del sabio José Celestino Mutis, el de la Expedición Botánica y formador de la élite de patriotas que darían su vida en la gesta de la Independencia, quien interesado en la investigación científica y la naciente medicina, convirtió el convento en el hospital “Jesús, José y María” por cédula real de Felipe V bajo la administración de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, en la carrera 9ª y 10ª y calles 11 y 12 donde hoy está la Iglesia de San Juan. O desde 1901 cuando se traslada a la hacienda Molinos de La Hortúa, adquirida para construir un Hospital y Asilos, según las ordenanzas de la Asamblea de Cundinamarca, cuya capital era Bogotá.
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El asunto económico: que no hay tanta plata para sacarlo adelante, sin embargo, nadie dice una palabra de lo que significó y significa la donación que por 1922 le hiciera el hacendado José Joaquín Vargas de la hacienda de El Salitre (1.344 Has) para que con el resultado de sus explotaciones se atendieran las labores de beneficencia de los hospicios y asilos para los menesterosos de la ciudad; no para “la” beneficencia como institución, sino para aquellas funciones “de” beneficencia.
Hoy esa hacienda El Salitre es una porción muy significativa de la ciudad, que va de la Calle 22 a la Calle 68 y de la Carrera 30 a la Avenida Boyacá, donde está el Centro Administrativo Nacional CAN, incluidos los Ministerios de Educación, Defensa y otros, la misma Universidad Nacional y la ESAP, la Gobernación de Cundinamarca, el Parque Simón Bolívar, El Tiempo, las sedes bancarias y hasta la Embajada de los USA, muchos Barrios y terrenos que han venido siendo feriados al arbitrio de burócratas de ocasión, mientras su legítimo dueño –el Hospital- es un moribundo a quien se da “respiración boca a boca”.
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El asunto científico y universitario: desde 1925 fue hospital universitario y centro por excelencia de la investigación científica bajo la orientación de la Universidad Nacional, no solo de su Facultad de Medicina, sino de Odontología, Farmacia y Enfermería.
La verdad, no solo a estas facultades o departamentos les cabe la responsabilidad de mirar de cerca lo que pase con el hospital, sino inevitablemente, por todo lo dicho al Programa y Doctorado en Historia, Derecho y Ciencias Políticas, Arquitectura, Ingenierías y demás, a ver si se hace justicia con este bien de tod@s. De hecho, por este hospital San Juan de Dios pasará la recuperación, defensa, reparación y protección de lo público en Colombia. En otras palabras, por aquí pasará –si es que algún día llega a Colombia- la tan anunciada paz.
La pregunta que se impone -individual y colectivamente- es: ¿Qué va a hacer usted, su sector, su entidad, su profesión y entre todos por garantizar el proceso de apertura, funcionamiento, protección y proyección científica y humanitaria del San Juan de Dios?
Porque lo demás, no es lo de menos. Si no se defiende lo público de la voracidad privada, que según las entidades de control y vigilancia se devora 8 billones de pesos por año, no cabe decir como el Chapulín Colorado: “Y ahora ¿quién podrá defendernos?” sino todo lo contrario: Hay que defender lo público. Hay que defender la apertura del San Juan de Tod@s.
EDGAR MONTENEGRO
Para Opinión y Salud