En marzo de este año me permití abordar en una columna lo ocurrido con 63 niños en los departamentos de la Guajira y Chocó. Los primeros 43 niños no recibieron la atención preferente que define la Constitución de 1991 y todo un arsenal de leyes vigente para la protección de esta población vulnerable, de tal modo que no se les pudo garantizar la nutrición adecuada ni la oportuna atención en salud, muriendo en el 2014 en el norte de La Guajira. En resumen porque al no tener acceso a los servicios de salud ni a alimentos, murieron en estado de desnutrición. Los otros 20 niños, también por falta de alimentos conducente a desnutrición severa y sin acceso a servicios de salud, murieron en el departamento del Chocó cuando iban trascurridos en ese momento sólo un poco más de dos meses del 2015.
Desafortunadamente las cosas en estos dos departamentos no parecen haber cambiado a lo largo de este año, pues las noticias siguen registrando que allí los niños siguen falleciendo por causas similares a los 63 menores antes referidos.
Si bien en el caso de La Guajira nunca ha habido certeza en el número de niños fallecidos en los últimos 5 años por desnutrición y falta de acceso a los servicios de salud, lo que sí es cierto es que 1 sólo menor que muera por esas causas en nuestro país es motivo y razón suficientes para movilizar al Estado para tomar las medidas correctivas y proteger a los menores en Colombia, a fin de respetarles y garantizarles sus derechos a la salud y a la vida. Por eso genera molestia que en días recientes se haya conocido que en un lapso no mayor de 4 días en ese departamento, hayan fallecido otros 3 menores por las mismas causas, es decir, por desnutrición severa y porque no pudieron recibir oportuna atención médica. Estos 3 nuevos casos de niños en La Guajira aumenta la lista oficial a 22 los niños muertos por desnutrición severa en ese departamento en este 2015.
Sin embargo, el tamaño del problema parece ser mucho mayor, pues una gran cantidad de fallecimientos de menores no se reportan a las autoridades de salud por parte de sus familias, que terminan sepultando a sus hijos en sus territorios, sin que se incluyan en esa lista oficial. De todas maneras, los mismos representantes de las autoridades tradicionales wayuu, la cifra de muerte de niños en las comunidades indígenas de la Guajira es de más de 4.000 en los últimos 5 años, pero dado el subregistro por la razón antes citada, sólo aparece como dato oficial la muerte de 43 niños en el año 2014 y 22 en lo que va del 2015.
Pero si en la Guajira llueve, en Chocó lastimosamente no escampa. Cada vez se hace más evidente que pareciese no existir siquiera una remota posibilidad que pueda remediar los problemas de salud que matan en Chocó, especialmente a sus niños. Por un lado hay unas aseguradoras del régimen subsidiado que no aseguran la salud de sus afiliados, y por el otro hay déficit de centros de atención, por lo que los niños chocoanos, sumidos la gran mayoría en la pobreza extrema, no tienen un futuro promisorio.
Problemas como que la demanda de atención supera en mucho la oferta de servicios de salud en el Chocó, además de la informalidad de los sistemas de transporte, sirven de caldo de cultivo para que las enfermedades sigan están matando a los pobladores de este departamento.
A pesar de esto, llama la atención que para quienes dirigen y gobiernan al Chocó no sea una prioridad la salud, a tal extremo que de los multimillonarios recursos del Sistema General de Regalías aprobados por el Gobierno nacional para ese departamento y que permitirán la estructuración de proyectos para beneficio de la comunidad, en algunos municipios en los que precisamente es precario el acceso a los servicios de salud, ninguno de esos proyectos aprobados tiene que ver con salud.
Además de esas circunstancias adversas, la lotería que nunca nadie ganarse se la termina ganando Chocó, pues a pesar de tener una condición favorable al tener gran cercanía a fuentes hídricas importantes, este hecho no solo les ha facilitado la vida, sino que también se convirtió en una maldición, pues sólo en el 2015 ya se contabilizan 15 niños fallecidos por diarrea, desnutrición y problemas respiratorios como consecuencia, entre otras cosas, de la falta de agua potable.
Las gestiones que realizan quienes en el Chocó tienen un sincero interés por mejorar las condiciones de salud de sus pobladores, incluyendo remisiones de pacientes a centros de mayor complejidad dada la severidad de las enfermedades de algunos pacientes, en muchas ocasiones se ven truncadas por la excesiva tramitomanía lograr una remisión exitosa. Y a eso debe agregársele que en no pocas veces los trayectos son largos, la gran informalidad y la carencia de dinero para movilizarse al hospital más cercano, se convierten en factores decisivos para conservar la vida.
Y todo esto ocurre tanto en los niños indígenas del Chocó como en los de población afro, presentando ambas poblaciones y en algunos municipios especialmente, altos índices de mortalidad. Así las cosas, Colombia tiene en el Chocó un departamento en el que todavía padecer diarrea y vómito matan, especialmente a su población infantil.
Como lo dijimos alguna vez, aunque nadie puede escoger donde nacer o crecer, si a esos niños de La Guajira y Chocó les hubiesen permitido esa posibilidad, no hay duda que no hubiesen escogido nacer y vivir en dos departamentos de la geografía colombiana que no les están garantizando a ellos los derechos a la buena alimentación ni a la salud como tampoco a la vida misma.
Por eso, estos dos departamentos están en el peor de los mundos, la pobreza es extrema, los recursos que se asignan no son destinados mayoritariamente para la salud y los pocos que se asignan la corrupción de sus dirigentes no permiten que se conviertan en beneficios reales para sus poblaciones; entre tanto, los niños siguen muriendo y no pasa nada, como si el Estado pareciera ignorar lo que está pasando.
@ulahybelpez