Muchos años después de su primera visita a un quirófano, el médico Leonardo Salazar Rojas, recuerda a ese joven de Pitalito, Huila, que quería estudiar medicina porque se había sentido inspirado por un médico que trabajaba junto a la farmacia de su familia. Entonces, era sólo un muchacho que había pasado el examen de ingreso en la Universidad Nacional de Colombia y que esperaba recibirse como médico general para atender en consulta y administrar recetas a quienes acudieran a su consultorio.
Sin embargo, inspirado por el trabajo de otros y dejándose llevar por la intuición, tras concluir el pregrado, estudió anestesiología en el Hospital Militar de Bogotá y anestesia para cirugía cardiotorácica en la Fundación Cardio infantil, área en la que creía iba a ejercer. No obstante, el embarazo de su esposa y la decisión de ella de continuar sus estudios en Bogotá, le hizo buscar nuevas alternativas de estudio para acompañarla en la gestación y estar junto a ella, durante el nacimiento de su primogénito. Así que realizó una maestría en ingeniería biomédica en la Universidad de los Andes y posteriormente viajó a Canadá para llevar a cabo una especialización en trasplante cardiaco y corazón artificial.
“Me fui a estudiar ingeniería biomédica y en esa parte comencé a trabajar como con aparatos de ingeniería que usamos los médicos y la parte cardiovascular y de aparatos cardiacos y ahí fue que me enfoqué en el corazón y el pulmón artificial”, cuenta el doctor Salazar.
Relata que cuando inició su trabajo en dicha rama de la medicina, descubrió que, en Colombia, las prácticas relativas al uso de corazón artificial eran nulas. Señala que “tuve un paciente que necesitó un corazón artificial externo. Me contacté con un médico que es un experto mundial del tema, para que me ayudara, Nos hicimos amigos con él y me fui a estudiar, el tema de corazón artificial”.
A Bucaramanga llegó sin conocer la ciudad, más que de nombre. Supo de la Fundación porque un compañero de la Cardio Infantil le contó que el anestesiólogo que se encargaba de administrar la anestesia a los niños en la FCV, había viajado a Canadá. De inmediato hizo el contacto, para hacer el reemplazo y así fue vinculado como anestesiólogo. “Yo llegué a trabajar sobre todo con niños con enfermedades del corazón, como anestesiólogo y en cuidado intensivo y me amañé mucho”.
En la actualidad, la ciudad bonita, particularmente la Fundación Cardiovascular de Colombia (FCV), es el único lugar del país donde se instalan corazones artificiales. Un mecanismo que opera con una turbina, un computador externo que hace las veces de unidad de control y que funciona con baterías recargables. Junto a un equipo de médicos cirujanos cardiovasculares y cardiólogos, el doctor Leonardo Salazar, se encarga de sincronizar los mecanismos a fin de que funcionen de acuerdo a las palpitaciones del paciente.
Considera que la ingeniería biomédica, especialmente la que atañe a su especialidad, es apasionante, por cuanto no se ha puesto el punto final y el desarrollo de nuevas técnicas que mejoren la calidad de vida de los pacientes es promisoria. “Todos los días se aprenden cosas nuevas y son un grupo de pacientes con los cuales se termina estableciendo una relación muy especial”.
También desarrollan investigación y cuentan con un grupo vinculado a Colciencias. Además de generar publicaciones, hacer reportes de casos para la comunidad científica, en aras de compartir el conocimiento y los nuevos aprendizajes que se dan tras cada nueva cirugía en la que se da asistencia pulmonar o se instalan corazones artificiales. De igual manera, hace parte de una organización que vincula a los hospitales que emplean el uso de los corazones mecánicos.
La Organización para el Soporte Vital Extra corpóreo, ELSO (por sus siglas en inglés), fundada en Norteamérica, desde 2007, año en el cual la FCV empezó a trabajar la técnica de soporte cardiaco, les brindó información y ayuda. Nosotros con la clínica Las Condes de Chile en el 2010 y 2011 comenzamos a formar otros hospitales en América Latina: hospitales de Brasil como el Instituto del Corazón en Brasil, en Argentina, en Monterrey… comenzamos a formar más hospitales y creamos un capítulo de esta organización para Latinoamérica, ELSO Latinoamérica y yo trabajaba en esta organización dirigiendo el tema de educación (…) y este año esa organización me nombró presidente de América Latina para esa organización, lo cual es un gran honor para mí”.
El objetivo de ELSO es buscar que la tecnología que desarrollan beneficie a un mayor número de pacientes en tanto que más centros asistenciales se capaciten en el empleo e instalación de la misma.
Leonardo Salazar recuerda que junto a su grupo de trabajo implantaron el primer corazón artificial el 7 de abril de 2014, a una paciente llamada Cielo González, una maestra del municipio de Barbosa. “y esa fue la primera vez que se implantó ese sistema en Suramérica. Esa vez vino mi profesor a acompañarme y a ayudarme (…) y él vino como las primeras tres veces que lo hicimos. La cuarta fue la primera vez que lo hicimos nosotros solos”.
En su memoria están las 18 veces que han hecho esa intervención y recuerda a cada uno de los pacientes, además de que mantiene un contacto constante con ellos porque su condición médica así lo exige. “Su funcionamiento y su vida, aunque es normal, como funciona su corazón es muy diferente. Si ellos van, por ejemplo, a planificar y el ginecólogo va y les escucha el corazón y no escucha pum, pum, sino el ruido de una turbina continua y no les siente pulso, pues… nosotros seguimos pendientes de todo”.
Aunque el doctor Salazar sabe que las noticias sobre la calidad de la salud en Colombia, son poco alentadoras, es consciente que más que lamentarse, su deber ser es prestar un servicio de calidad y respeto a quienes acuden a la FCV para recibir asistencia por falla cardíaca o pulmonar. Sabe que buena parte de las fallas en el sistema sanitario, lo desbordan y que, por tanto, su trabajo bien hecho: con extrema previsión es una manera de ganarle la batalla a la desconfianza que muchos colombianos tienen respecto al servicio médico. “Yo me concentro en defender los intereses de mis pacientes, con las herramientas que hay y con esas herramientas que hay: limitadas, restringidas, con desconfianza, con problemas (…) uno puede conseguir resolver las cosas de cada paciente en particular”.
También reconoce que “no hay una certeza absoluta sobre cuál es la respuesta correcta de lo que hay que hacer”. A pesar de los conocimientos y de la práctica misma, cada caso es distinto y algunas veces las alternativas sobre el modo de actuar frente a la condición médica de un enfermo, varían, por lo que es complejo saber cuál camino debe seguirse para llevar a cabo un procedimiento exitoso y en algunos casos tales decisiones pueden causar dolor, como también ser traumáticas para los médicos que intentan robarle almas a la muerte.
Destaca que para él los finales felices no están tras quitarse los guantes en el quirófano, sino cuando la evolución del paciente permite apreciar el resultado de horas largas en sala de cirugía. “Hay muchas cosas que pueden pasar mal después. Entonces realmente el momento en que emocionalmente celebro es cuando se va a la casa… ese es el momento en que nos permitimos celebrar”.
Sus jornadas de más de 12 horas diarias, que inician a las 6:00 a.m. con fines de semana incluidos y noches en las que el teléfono puede sonar en cualquier momento para informar novedades sobre un paciente recién implantado, son escasas de placeres familiares, pero plenas de abrazos y manifestaciones de gratitud. “Esto termina siendo una experiencia humana muy bonita. Trabajar con personas que de pronto no tenían esperanza y acompañarlos en un proceso que es difícil, es complejo, pero que al final termina devolviéndoles la vida que habían perdido”.