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CRÓNICA: Partería, un oficio ancestral que subsiste entre tradiciones y críticas

markantony by markantony
May 14, 2016
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las parteras son

Quien está al frente de la mujer que va a dar a luz le da indicaciones de respiración y le pide calma, tiene que ver con varios siglos de tradición, con conocimientos ancestrales y manifestaciones propias de la cultura; por lo general con del sexo femenino; no es un médico cirujano, un ginecólogo, un obstetra, ni una persona formada en alguna facultad de ciencias de la salud. El se que nacerá será recibido por una partera.

Bucaramanga. El río Magdalena canturrea cimbreantes melodías en lo profundo de su oscuro lecho. Su canto de invierno clama a las nubes y éstas le responden con granitos de lluvia que se siembran fecundos en sus aguas, mientras él, indómito y a la vez dócil, las mece y acuna entre las crestas blancas que desliza la corriente.

Sobre su lomo de aguas turbias, el Magdalena lleva a diario, algo más que lodo, trozos de mangle y matas de pato de raíces perpetuas. También arrastra consigo historias que recoge en sus riberas o que alimentan otros afluentes como el Cimitarra o el Ité; relatos de guerra y dolor… de muerte, pero también de vida; aquella que se asoma al mundo en medio del llanto y el sufrimiento, pero que es la perenne esperanza de pueblos del nordeste antioqueño y el Magdalena Medio, los cuales han sido marcados por la desgracia de estar en medio del fuego cruzado.

En aquellos paisajes borrascosos, de atardeceres ardientes y naturaleza delirante, el campesino ha sabido escuchar la voz de la tierra. Condenados, más que al olvido, a un anacoretismo forzoso, su subsistencia se ha nutrido de los mitos, las leyendas y de arraigadas tradiciones como el añejo, pero necesario oficio de  la partería.

Euclides, Patricia, Luis Carlos, Rosa y Teresa: parteros por herencia

Euclides González Ospina es un viejo colosal y dicharachero; sus ojos brillantes se asoman furtivos entre pesados párpados, y la frente amplia que enmarca el rostro hirsuto, desvía hacia los senderos de una cabellera escasa pintada a capricho del tiempo con brochazos de blancos y grises.

Don Euclides

En su casa de puertas abiertas y horizontes de verde infinito, guarda algo más que cacharros y artículos de primera necesidad. Hasta allí también han llegado los recuerdos arranciados  por el ocaso de los años, así como las enseñanzas de una labor compleja que se considera exclusiva de las mujeres, pero que él, sin asomo de sonrojo y con orgullo moderado, ha sabido enriquecer con libros, cartillas y cualquier folleto o manual de medicina que llegue a sus manos.

Recién casado y con algo más de 20 años, Euclides decidió un día hacerse aprendiz de curandero. “Yo tenía una tía que tenía 27 sobrinos y de esos el único que la mantenía muy lambidita era yo. De esas viejitas resabiadas, que sabía hasta volar porque conocía mucho de hierbas y drogas. Entonces empezó a explicarme todo lo que le pasaba a la mujer en el embarazo”, dice.

El curso cuyo pago se hacía con pan y chocolate incluía además de las instrucciones para atender el parto, un manual de yerbas, brebajes, sobas y potajes así como un completo instructivo de control prenatal que le permitía a madre y partero estar más tranquilos cuando la criatura decidiera aventurarse al mundo.

Y fue en su propio hogar donde los conocimientos adquiridos se hicieron prácticos por vez primera. En una noche densa y silente, penetrada tan solo por el lacónico canto de las ranas  y  la cáustica salmodia de los grillos selváticos, Euclides se hizo el sordo ante los ruegos de su esposa quien sudorosa y dolorida por la inminente llegada del segundo de sus vástagos, le dijo que buscara a alguien porque el momento de parir había llegado.

“-No, es que el que le va a atender el parto soy yo-“. Como ya tenía la cartilla en la cabeza y ella me dijo que le dolía no sé en dónde, entonces fui y le hice una soba y unas bebidas de ‘pronto alivio’ y canela. Por ahí como a las once de la noche, me estaba viendo como asustado yo solo en grima, y se puso la cosa como maluca porque esa china se vino pa’ fuera y abra el ojo a ver qué es lo que está haciendo, porque ahí si no había cartilla… pero todas las cosas se me dieron al pie de la letra. Me salió el parto, la atendí como mi tía me dijo. Luego yo le hice chocolate y le di con galletas”.

Doña Rosa Irene

Diagonal a la casa de Euclides, por entre improvisadas cercas y aldabas de madera, se llega a donde Rosa Irene Galeano o Patricia*, como se conoce en Puerto Matilde a esta mujer de  maneras recias y mirada taciturna; cuya piel marchita pareciera haber tomado el terroso tono de las hojas de tabaco cuando el sol las seca en los caneyes.

Patricia* se hizo comadrona a fuerza de acompañar a su madre a atender a las parturientas. “Mi mamá fue partera e iban a buscarla a cualquier hora de la noche; eso fue cuando vivíamos por allá en Antioquia, y lloviera, tronara o relampagueara montábamos en una bestia y  llegábamos a la casa y a mí me encerraban en una pieza con los demás pelados y al otro día amanecía familia nueva”. Cuenta, mientras en la hornilla encendida el café de cuncho impregna su aroma de añoranzas y reminiscencias remotas.

La vigilia de relatos seniles tiene como banda sonora el murmullo sempiterno del río Ité, que sin consentimiento, irrumpe por entre los ruidos cotidianos del vecindario de Puerto Matilde y le habla a la memoria de Patricia, de aquel día lejano cuando tuvo que partiar a su cuñada y probar sus fuerzas y recursos para sacar adelante aquel alumbramiento.

“Francisca amaneció enferma y yo le hice tres veces una bebida caliente de yerbabuena, manzanilla y canela, por si era frío acumulado se le quitaran los dolores y si era de alentarse se le apuraran más; yo veía que mi mamá le hacía eso a las señoras embarazadas… cuando estaba pujando se le reventó como una bomba en forma de sangre. Entonces el marido de ella se asustó mucho. Yo le dije: no se asuste. Eso son nervios y hay que echar es pa’ delante. Cuando la criatura coronó, ella se privó; se le fueron las luces. Entonces yo le di cachetadas en la cara. Le pegué la primera y le dije: deje de ser cobarde.  No se prive. ¡Qué es lo que usted está haciendo! ¿Quiere matar su hijo? Le pegué tres cachetadas y ya reaccionó. Tuvo la familia. Ella tenía como seis muchachos. Cuando ya se alentó, le arrimé la niña”.

Don Carlos Rodas

Además de ser partero, Luis Carlos Rodas, también sabe rezar; una práctica celosa y antigua que es privilegio de pocos, pero que resulta muy útil cuando en los campos, no hay forma de acudir a un médico o en el caso de una bestia enferma, a un veterinario. Este hombre de 72 años, de hablar convulsivo y cuyo cuerpo rígido pareciera haber sido tensado por recias clavijas, fue el único en su casa que aprendió cómo atender a una mujer cuando los dolores de parto son el pregón que anuncia la llegada de una nueva vida.

“Mi mamá era partera y se le ocurrió que yo aprendiera: yo quiero que usted aprenda, aunque es muy vergonzoso que un hombre atienda a una mujer”, dice con la convicción  férrea que da el conocimiento empírico.

En la lista de niños que fueron recibidos por sus manos ásperas de venas turgentes, figuran algunos de sus nietos. “Yo atendí a una de mis cuatro hijas en los partos. Eso es más duro y hasta vergonzoso pa’ uno, pero entonces no había más recursos, sino ese. Ha tocado, pero nunca se me ha complicado un parto, ni  de primerizas, ni  de parenderas”.

Doña Teresa

En una humilde vivienda que tiene como patio de recreo las márgenes fértiles del Ité, se encuentra Teresa Cimanc. Sobre una butaca de madera, el frágil cuerpo de escultura otoñal se deja acariciar por los primeros rayos del día que ornan con brillo su piel cetrina y la llevan a desandar el pasado en su natal San Martín de Loba, en el departamento de Bolívar donde aprendió a partiar, como ella dice: ayudada por Dios y la virgen del Carmen.

“Hace 38 años empecé siendo partera. No había nadie y no podíamos salir de donde estábamos y pues cuando eso la pobreza era mucha. No había fuerza para sacarla pa’ un hospital y pues dije yo: a la de Dios, yo me comprometo. Y entre el marido de ella y mi persona, la sacamos y ahí yo seguí la carrera de partiar”. Relata Teresa, quien según sus cuentas ha recibido un número cercano a los 60 niños durante más de dos décadas de dedicarle horas y trasnochos a esta labor.

Algunos kilómetros río abajo, una vetusta embarcación, ronca al cortar el curso ambarino y espeso del afluente que lleva a la Poza, un pequeño corregimiento del Nordeste Antioqueño. Al ritmo de la corriente se suma el canto acerado y biográfico de una mujer morena que llora, sin hacerlo, la muerte de uno de sus hijos. Se trata de Libia Rosa Roso, paisa nacida en las entrañas de Yolombó, Antioquia, quien además de componer corridos que dan cuenta de su eternizado sufrimiento de madre, también ha sabido acomodar por años, los cuerpos grávidos de decenas de mujeres embarazadas que acuden a ella para que las sobe durante la gestación y les ayude a parir sin contratiempos.

“Cuando vivía en la vereda de Ojos claros, yo partiaba mucho a las muchachas de allá, porque los esposos me buscaban. A la una o dos de la madrugada iban por mí a la casa. Hay jóvenes grandes ya. Y ahora a mis hijas en la casa ya no tienen que salir hasta el pueblo… yo las parteo”. Añade que “uno aprende sin necesidad de que nadie la enseñe. Yo lo hice viendo a una señora. Ella me cogió de auxiliadora. Entonces uno sabe qué bebidas tiene que darles a las muchachas. Uno las sostiene a punta de bebidas para que les aumenten los dolores”.

Su primera experiencia como comadrona fue a los 38 años y desde entonces  ha tenido la fortuna  no solo de recibir entre arroyos de agua sanguinolenta a más de 20 niños a los que se suman sus nietos, sino que su reputación también le ha dado la sagacidad para reconocer cuando una mujer se encuentra en cinta y hasta adivinar, de acuerdo a la forma del vientre, si se trata de un varón o una niña.

Cuenta que “a mis hijas yo sí les he adivinado un poco si esperan niño o niña. Ellas me dicen: ¡Ay mami, yo quería tener u niño! ¡Ay mija, usted lo que va a tener es una niña! ¡Ay mami, yo quiero tener un niño! No mija, no se haga ilusiones, usted va a tener una hembra” y agrega que “yo cuando iba a tener varón, me anchaba mucho de caderas… mucho, mucho y ese muchachito antes de los dos meses, parecía que formara un equipo de fútbol en ese estómago. Empezaba a patear; los niños son muy activos. En cambio las niñas son muy dormilonas; por ahí, por poquito, a los tres meses las viene uno a sentir”

Mujer partera mensajera de los dioses, el silencio perfuma tu tarea, eres el testigo del primer aliento de una nueva vida, eres la primera manifestación de amor que vuelve a este mundo. Eres quien inicias el camino, eres la puerta amable, eres el recibimiento.

Mujer partera, nido de sabiduría son tus manos, nido de ternura que recibe a quien busca nacer nuevamente.

Eres quien cuida a quien salta de universo en universo, quien cuida a las navegantes de lo desconocido, a los guerreros.

Hoy vas a dar vida, hoy vas a dar vida a los corazones que quieren nacer, restablecerse, vivir

Hoy tienes que dar a luz, en tu alma o en otra alma.

Agustín Orea de Armenteras

Hierbas, sobas, oraciones y hasta el nido del pájaro Macuá

Mientras a fuerza de golpes secos pero contundentes, Euclides intenta despercudir contra el lavadero de cemento liso algunas prendas de vestir, su voz profunda hilvana por entre  los recuerdos de sus años de mocedad, las técnicas tradicionales que ha usado para llevar un control prenatal a quien decide ser asistida durante la gestación.

“Uno tiene que conocer el cuerpo de la mujer, saber si el niño está sentado; usted tiene que saber si a ese cuerpo hay que hacerle algún remedio, alguna cosa para que cuando llegue la hora de la mujer tener la criatura, si pueda abrir, porque la mujer abre una cosa bestial y dura 40 días el cuerpo abierto”.

Los años, así como los talleres que han recibido él y otros parteros del Valle del Río Cimitarra, algunos libros de ginecología  y la experiencia de haber atendido 47 partos, han hecho de Euclides, más que un partero ancestral, un viejo gurú a quien acuden las mujeres de la aldea de Puerto Matilde y veredas aledañas para conocer su estado gestacional no con un ecógrafo, sino a través de las titánicas manos que con movimientos precisos se desplazan por entre los abultados vientres al tiempo que acomodan al feto para que se ubique correctamente en el canal del parto.

“Una mujer viene y me dice: vea don Euclides yo llevo ya tres meses que no me viene el período, entonces yo le digo: acuéstese ahí y yo la miro a ver. Y le toco la barriga y le digo si está preñada o no está preñada”.

Para Euclides, el tiempo preciso de empezar a sobar a una mujer es a partir de los cuatro meses. Cada 15 o 20 días se realiza este tipo de inspección manual a fin de corroborar que el feto se encuentre en posición correcta. De lo contrario, “es coger y sobar despacio e irse dando cuenta dónde está la cabecita, dónde están las nalguitas (…). De pronto cualquier mujer viene embarazada y si el niño está de pies, (…) le voy haciendo sobas hasta que lo volteo; hasta que se voltee a la salida”.

doña Libia Rosa

De igual manera, después de que la mujer pare, Euclides le hace un seguimiento exhaustivo para descartar infecciones en el cuello de la matriz o en los ovarios. “Entonces cuando una mujer viene a que la sobe, yo les digo: hábleme a calzón abierto como el dicho, no se ponga a decirme que es que me da pena y que me duele. No, hábleme. Porque yo de eso y andar pelado, estoy muy enseñado”.

Cada partero emplea métodos diversos cuando de asistir a una parturienta se trata. En Puerto Matilde como en muchos lugares remotos del territorio colombiano, quienes partean se valen de los recursos que la tierra les ofrece, así como de lo que encuentren en el hogar donde se dé el alumbramiento. Al momento de dar a luz, algunas mujeres no dilatan lo suficiente para que el niño corone y se pueden presentar complicaciones en el parto. “si ella es muy cerrada,  usted con tiempo comienza a hacerle sobas en la parte vaginal con infundia de gallina tibia. Entonces se pone blandita pa’ cuando toque abrir, abra.  Por eso digo que hoy en día que usan todas vainas de cortar y rajarle la barriga a las mujeres, eso no hay necesidad. Lo que toca es seguir. Porque la infundia, me dijo mi finadita tía, es lo último para  que una mujer abra y  tenga un bebé (…) pero hoy en día la juventud dice si le untan infundia que eso se ve muy feo, que le mancha los calzones”,  narra entre risas y con el sabor que en sus palabras traslúcidas dejan los sorbos de café negro mientras la tarde se pierde en la lontananza.

Las bebidas que se administran durante el parto, tienen una función especial.  Es indispensable que todo partero tenga en su hogar provisiones de canela, pronto alivio, cebolla, cogollos de limón, sauco y ruda. La mezcla de Pronto Alivio y canela es eficaz para que la mujer dilate. Pero si no se aprontaron estas dos especias, “usted tiene que tener tres cañas de cebolla larga, hierve un pocilladito de agua, poquito. Luego  coge esas cebollas  y les mocha  la raíz y después las raja en cruz todas tres. No echa la cebolla a hervir; coge la cebolla por donde está rajadita y la revuelve y le da esa agüita a la señora. Eso le ayuda a aligerar el parto”, dice Euclides.

En sus años como partero, Euclides ha tenido que atender a mujeres con experiencia o primerizas, como también a muchas que llegan a que las asista, pero se encuentran enfermas: anémicas, con paludismo y/o con problemas nutricionales, lo que hace un poco más compleja la labor de partiar, pues la futura madre no tiene fuerzas para hacer labor de parto. Por eso, como él mismo menciona, comadronas, dulas o parteros, deben saber cómo responder ante cada caso y garantizar la vida de la madre y la criatura que se asoma al mundo.

“Entonces usted tiene una botella de vino blanco, pero no la vaya a emborrachar porque si no, se forma una pelea ni la berraca. No, usted cuando ya llega ese término, usted le unta vino blanco en la frente y en el cerebro y le baña la cabeza entonces ella, como que se le detiene ese parto, ella se alivia. Pero entonces, por tardar 30 o 40 minutos, vuelve y le cogen los dolores, pero ya entonces ese cuerpo ha cogido otra vida y está más fuerte y entonces va a pujar y hacer fuerza y va a salir ese chino rápido”, explica.

Por su parte Libia Rosa, cree que toda mujer en trabajo de parto debe permanecer de pie: caminar de un lado a otro “no se pueden dejar acostar porque el pelado se duerme (…) y el niño se pasa de nacer”. Así como Euclides, Libia Rosa también se vale de infusiones para aligerar el dolor de las parturientas. Con su voz sonora y llena de matices y brillos explica que la mata de lulo es tan efectiva como la canela: “uno coge dos o tres copitos y los pone a cocinar. Dele dos o tres bebidas que con eso tiene en el momento del parto. Pero mientras esté con dolorcitos lentos, no le dé nada, déjele que trabaje, que haga su trabajo tranquila”. Y señala que cuando el parto se demora a pesar de las bebidas, puede ser frío acumulado.

Cuenta Libia que en el campo es común que las mujeres, incluso quienes están embarazadas, pasen largas horas en el río, con el agua hasta la cintura o sentadas en la orilla, mientras sus manos ásperas se empuñan y se frotan entre sí para despercudir las ropas de trabajo que puede acumular una familia numerosa.  “Y eso es lo que las perjudica”, dice. Para eso les da tres tragos de bebidas calientes como de naranja  y limón. También les pone paños tibios y “se bañan de la cintura pa’ abajo, para que cojan calorcito. Ojalá en una ponchera se sienten y cojan el calorcito.  Que entre el calor y ahí ellas botan todo ese frío”.

Sumado al conocimiento sobre hierbas, ungüentos y bebidas para aligerar el parto, en el Valle del río Cimitarra la religiosidad popular se entremezcla con la magia ancestral y las historias que se hacen leyenda en boca de los ancianos. Teresa Cimanc no inicia un parto sin antes encomendarse a los santos y a la virgen. “Yo les decía: si usted tiene fe, si tiene fe después de Dios y de nuestra señora la virgen del Carmen, usted se alienta”. Por su parte, Luis Carlos Rodas, suma a sus rezos y oraciones, el secreto de un ave misteriosa, a la que se le atribuyen poderes mágicos.

“Cuando ya están muy demoradas uso el nido del pájaro macuá. Coge uno un pedacito del nido y lo pone a hervir y se lo da a tomar, entonces eso facilita el parto. Ese nido es difícil de conseguir. Es en la montaña. El pájaro macuá es un pajarito chiquitico, negrito, blanco aquí en la corbatica (el cuello). Eso es altísimo donde ellos hacen ese nido. Eso tiene mucho misterio. El que lo sepa preparar (…) también para el amor. Eso lleva como siete perfumes y el rezo que le hacen”, dice.

Práctica excluida

Si bien en muchos lugares de Colombia y el mundo, la partería  es una  experiencia común y ancestral, pero sobre todo una práctica necesaria en los campos y regiones apartadas por cuanto es difícil no solo llegar a los centros hospitalarios, sino también acceder a ellos; aún hay muchas reservas respecto al papel que cumplen parteras y parteros para ayudar al nacimiento de una nueva vida.

la comadrona

Algunos profesionales médicos consideran este oficio como peligroso, por la presencia de agentes patógenos que durante el parto pueden aumentar el riesgo de muerte materna o del niño. De igual manera, por las complicaciones que pueden presentarse durante el alumbramiento: que el niño venga de pies, que tenga el cordón umbilical enredado en el cuello, que la madre presente una hemorragia. Estas son solo algunas en la lista de argumentos que se oponen a esta arraigada labor de servir de comadrona.

De acuerdo con un informe de partería entregado en el 2011, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que “cada año, aproximadamente 350.000 mujeres pierden la vida en el embarazo o el parto, hasta dos millones de recién nacidos mueren en las primeras 24 horas de vida y hay 2,6 millones de mortinatos. Una enorme mayoría de esas defunciones se produce en países de bajos ingresos y podría haberse evitado. Esas muertes ocurren porque las mujeres — en su mayoría, pobres y marginadas — carecen de acceso a establecimientos de salud eficientes o a los servicios de profesionales sanitarios cualificados”.

los bebes

Colombia no es la excepción. La encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) de 2010 dice, entre otras cosas, que el nivel de riqueza es un indicador que está relacionado con la supervivencia de las mujeres y sus hijos durante el embarazo y que son las regiones más vulnerables del país donde se da el mayor número de casos de mortalidad perinatal. “La tasa de mortalidad perinatal es de 14 muertes por mil embarazos de 7 o más meses de duración”.

Según el artículo “Entre la necesidad y la fe. La partera tradicional en el Valle del río Cimitarra”, publicado en el 2010, esta tradición obedece a causas históricas y culturales que batallan entre el escaso acceso a servicios sanitarios y la confianza en la medicina tradicional cuyo fin último es la necesidad de proteger la vida del recién nacido.

Y aunque la situación política, social y económica del país se funden para limitar  la atención en centros especializados de las maternas, “en Colombia persiste el vacío y una cierta ignorancia sobre los contextos en que se desarrolla el trabajo de la partera, sus características, las creencias y las prácticas que llevan a cabo con las parturientas”, señalan las autoras del artículo: Celmira Laza y Carmen Helena Ruíz de Cárdenas.

 

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